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Friday, 7 de July de 2023

Sanfermines: lo que pasa en Pamplona se queda en Pamplona

¡Nos hemos hecho con el chupinazo de San Fermín! Lanzamos balones gigantes personalizados para animar a la multitud antes del comienzo oficial de las fiestas. Una manera única de captar la atención de miles de personas. ¡Vive la emoción de San Fermín con UNIVERSAE! Lee la noticia completa a continuación:

Los americanos regresan a su fiesta favorita en Europa, después de que la pandemia cortara su tradición. Y lo que han encontrado fue, en resumen, lo de siempre

Los Sanfermines habían comenzado. Continuaban durante siete días. No paraban de bailar, beber y hacer ruido. Lo que ocurría sólo podía pasar durante una fiesta. Todo se volvía irreal y nada parecía que iba a tener consecuencias». (Fiesta) Esa misma sensación que embriagó a Ernest Hemingway hace 100 años se respiraba ayer, exactamente ayer, en la ciudad. Como si se abriese el túnel espaciotemporal de siete días y siete noches.

Lo que pasa en Pamplona se queda en Pamplona. Y así todo lo que suceda hasta el Pobre de mí parecerá, después, irreal. «’ ¡Viva el vino! ¡Vivan los extranjeros! ‘, decía la pancarta», se lee en otro pasaje del celebérrimo libro que internacionalizó los Sanfermines. El vino ya llevaba corriendo horas cuando, a las doce en puntodel mediodía, el presidente de Osasuna, Luis Sabalza, prendía el chupinazo que estallaba junto con el grito de una masa enfervorizada, frenética, etílica: «Pamploneses, Pamplonesas ¡Viva San Fermín! ¡Gora San Fermín! ¡No nos rendiremos! ¡Aúpa Osasuna! ».

La sonrisa de la nueva alcaldesa, Cristina Ibarrola, reflejaban la alegría por estos Sanfermines de la consolidación con el regreso, por fin, del turismo extranjero en plenitud tras la pandemia. El cohete estalló culminando un orgasmo masivo con un precalentamiento de 365 días, desde el último «ya queda menos» del lejano 14 de julio de 2022.

A las 9.00 de la mañana ya había mozos en la terraza del Hotel Yoldi -donde Hemingway descubrió a Ordónez y se enamoró- uniformados, de blanco inmaculado, fajín rojo a la cintura, el pañuelico en la muñeca, regándose la garganta con una caña. La cuenta atrás cogería velocidad. A las 9.30 las cuadrillas de chavales caminaban cargadas con bolsas de litros y litros de alcohol que corren por sus venas. Las bermudas se han impuesto, lamentablemente, como vestimenta. A las puertas del Bar Nevada, una de las barras imprescindibles, en el número 14 de la avenida de San Ignacio por la que baja la riada humana, se concentran los clásicos, veteranos de guerra que han sobrevivido a 50 Sanfermines. Y se nota en su estar, su uniforme blanco -de pantalón largo- y en los cánticos. En un balcón se lee en un pancarta Free Assange. San Fermín también es esto.

Por las calles, uno tropieza con todo aquello que sedujo al Nobel estadounidense hace un siglo, cuando aterrizó como corresponsal del Toronto Star: la música, la alegría, la invasión de la calle, la transgresión pactada. Y la religión como motor. Y el toro como dios. Las cancelas de la iglesia de San Ignacio de Loyola permanecían cerradas –pese al anuncio de adoración perpetua de la Eucaristía– y por la puerta de hierro forjado del jardín de la Diputación de Navarra –el conjunto de edificios del Gobierno se hace monumental– emanaba el ruido pacífico de la fuente. Que contrastaba con ambiente de Mogadiscio que inundaba ya, a esas horas, el Casco Antiguo.

Había agentes de la Policía Foral controlando cada uno de los accesos a la Plaza del Castillo. A las 10.00 horas, las mesas interminables del Bar Txoko, del Casino Eslava, del Baviera, del mítico Iruña, componían un lujurioso espectáculo: magras con tomate, huevos fritos, chistorras, ajoarriero, una botella de vino por mesa. Un hombre rico que se hospedaba en el Gran Hotel La Perla –y sólo por ello se le supone la condición de rico– se asomaba al balcón del primer piso con gafas de sol, el pañuelo rojo al cuello, el torso desnudo y una toalla a la cintura. Y por la excentricidad también se le veía rico. Y recién duchado. El contraste con la legión de negros que vendían sombreros de colores, collares, gafas, abanicos, abajo en la plaza, era abisal. Esa lucha por la supervivencia frente a la opulencia..

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